sábado, 22 de marzo de 2014

Olympe de Gouges, Marie Gouze. (1748 -1793)


Buenos días, presido la vista en el juicio oral numero 1793 , en el que han sido nombrados como miembros del jurado publico los alumnos de segundo D, El caso que nos ocupa refiere sobre la acusación contra los integrantes del tribunal revolucionario cuyos máximos representantes  son Maximilien Robespierre y Saint Just.
Se les acusa de asesinato en la persona de Marie Gouze , mas conocida como Olympe de Gouges.
Defensora del estado federado propuesto por el partido girondino y favorable a su ideología. La defensa alega que dado el estado revolucionario, se considera legitima la ejecución de todo aquel que se oponga tanto por acción subversiva o no, al poder existente. La fiscalia determina que no procede la ejecución en la guillotina de una mujer escritora que denunciaba la verdad de lo que estaba ocurriendo y a la que se le negó el derecho de una defensa letrada. Así pues escuchadas ambas partes de la defensa y la acusación. El jurado deberá deliberar en el tiempo mínimo establecido la resolución de este caso visto para sentencia.

Inocentes o culpables?

Miguel Ángel Díez


Fantine. Los Miserables, Victor Hugo (1862)


Era una puta.

Todo el mundo sabía que era una puta. Montfermeil, el pueblo donde había nacido, la miraba por encima del hombro. Las paredes del lugar, un lugar que había prosperado mientras ella caía por el abismo de la perdición, susurraban a sus espaldas.

Algunos aseguraban que se llamaba Fantine, otros que tenía una hija en algún lugar de Francia, y que por eso estaba así. Se decía que había sido realmente hermosa, antes de que la pobreza se llevase sus dientes. Su pelo, ahora cortado al ras, antaño era una hermosa melena rubia.

En realidad, poco importaba.

Había aprendido a ignorar los insultos. Paseaba por las calles, ajena a la atenta mirada de los vecinos. No merecía la pena, ninguno merecía la pena. Nadie. Salvo su pequeña. Si seguía viva, era por ella. No podía dejarla sola, no podía dejar que Cosette, su Cosette, pasara por lo mismo por lo que estaba pasando ella.

A nadie le sorprendió que aquel hombre le pusiera nieve en la espalda. Nadie acudió a socorrerla, a ayudarla. Ella se giró y le atacó, con los tristes restos de una dignidad ya perdida. Un corro se formó a su alrededor, aplaudiendo y victoreando como si se tratase de un animal de circo. Notó una mano agarrarla de su deshilachado y sucio vestido.


Y luego, miedo.

Andrea Florido

Mariam. Mil Soles Espléndidos, Khaled Hosseini. (2007)


Todo empezó a los 15 años. Como la mayoría de las mujeres afganas, a esta temprana edad me vi obligada a casarme, o fui vendida a un hombre mucho mayor que yo que desde el primer momento me vetó de palabra y dignidad. Violaciones, palizas, abortos forzados en terribles condiciones…  Somos muchas las mujeres que desde la oscuridad y la clandestinidad luchamos a diario por el bien de nuestros hijos, buscando asegurarles un futuro digno.  Los casos de violencia, tanto física como psicológica se multiplican día a día en las calles de esta ciudad y de todo el mundo mientras que, las mujeres, seguimos luchando por la igualdad que desde hace tanto ansiamos. Defender nuestros derechos supone hoy en día un riesgo de muerte en esta cultura donde el más ignorante es precisamente el que más poder tiene. Esperaré por lo tanto, y no sin luchar, el día en que vea un Afganistán libre de prejuicios, donde mujeres y hombres convivamos en igualdad y no se vea el mínimo ápice de desprecio hacia nadie. Hasta entonces queda un largo camino que debemos recorrer todos juntos…

Jaime Torrego



viernes, 21 de marzo de 2014

Anna Sergeievna. La Dama y el perrito, Chéjov (1899)

¿Y los otros 364 días?
Dicen que tengo 22 años, que me casé a los 20, y que tengo grandes cargos de conciencia por haber tenido una aventura con él. Están equivocados. A pesar de mi juventud,  la tristeza y melancolía que transmito son causa de otras razones…  pero, ¿quién habla de ello? ¿ese “alguien” que todos evitamos?
Mi nombre es Anna, aunque todos me conocen por “La Dama”. Teniendo presente el personaje al que doy vida, hagamos un ejercicio: olvidemos que Chéjov es mi creador, olvidemos que soy rusa y que viví en el s XIX; vamos a imaginar que estamos en la segunda década del 2000 y que en vez de Anna o “La Dama”, me llamo “Mujer”.
Desde principios del siglo pasado, poco a poco se ha extendido por los continentes una celebración internacional de un día, solo un día al año, en el que supuesta y teóricamente se reivindica nuestra “libertad de pensamiento y autonomía personal”, se festeja el aniversario de muerte de aquellas heroínas y se planea y planea el progreso futuro de este género.
El cuento en el que soy protagonista cuenta lo infeliz que soy, yo he intentado encontrar la felicidad, al igual que el resto de humanos,  pero al darme cuenta de mi fracaso, abunda en mí gran desesperanza y pesimismo. A veces, siento que tengo la clave para mejorar, como actualmente se cree lo mismo…  sin embargo, a la hora de tomar decisiones, el miedo y la cobardía me limita, ¿no ocurre algo parecido hoy en día?

Como Anna, no quiero esperar a encontrarme con Gúrov para sentirme libre, como mujer, no quiero esperar otros 364 días para que me tengan en cuenta. Mostremos ese “algo poético, bello, ejemplar o simplemente interesante en nuestra actitud” y no dejemos acabar así nuestra historia: “Y parecía que faltaba poco para encontrar la solución y comenzar (…) una nueva y maravillosa vida; pero todos comprendíamos claramente que el final estaba todavía muy lejos y que lo más complicado y difícil no había hecho más que empezar”

Andrea Pulpillo

jueves, 20 de marzo de 2014

Los Monólogos de la Vagina, Eve Ensler (1996)

 Aparece la protagonista. Empieza a leer un fragmento de Los Monólogos de la Vagina. Su expresión pasa del asombro al susto, deja el libro rápido y mira a su alrededor con timidez. Se dirige a la supuesta entrevistadora, Eve Ensler, nerviosa.

   “Nunca me habían hecho esa pregunta antes... Que cómo llamaría a una vagina. (Risa)¿A la mía o a la suya? (Señala.) ¿Venus? (Pausa) Sí, bueno… (Resopla) Supongo que simplemente no se puede hablar de ello, ¿no? Quiero decir, si Venus un día está enfadada, cállate. Y si no quiere ir de fiesta es que el sistema solar no funciona como “debería”. Siempre igual, oye. Algo debe ser así y asá. ¿La ropa de…? (Señala abajo) Seguramente unos pantalones, una sudadera y unas zapatillas. Todo simple y cómodo. ¿Femenina?¡¿Y qué tendrá que ver?! Bueno… Quizá es que mi concepto de femenina y de mujer es un poco lo que la palabra “vagina” es para aquellos que prefieren llamarla de otra forma… Sí, quizá algunos me vean como una gran “Venus” y se asusten y no quieran mirarme ni pronunciarme. Pero oye, ¿por qué tengo que ser otra cosa? (Pausa) Quiero decir, ¿es que acaso tú dejarías de comerte un tomate si por casualidad tiene una hoja amarilla?¿Es un poco menos tomate por eso?¡No! Es un señor o señora tomate hecho y derecho. ¿O no es cierto que, por el contrario, incluso a veces como tontos, cambiamos la tapa del boli azul y se la ponemos negra? ¡Y hasta nos sentimos mejor!

Deberíamos poder coger la tapa de un boli negro, naranja, fucsia o arcoíris, para nuestro Venus. ¡Sin tener que excusarnos! Estoy cansada de gente que dice y no para de hablar sobre qué y cómo debe ser nuestro boli. ¿Quién determina qué? ”Qué poco femenina eres”¿Es que acaso yo digo cómo debe ser tu tomate, tu “Vulcano” o su Venus mismamente? (Pausa) Al fin y al cabo, sólo tenemos un sistema solar. ¿Es tan difícil de comprender?”

Ana Benito

miércoles, 19 de marzo de 2014

Nora. Casa de muñecas, Henrik Ibsen (1879)

¿Cómo me voy a arriesgar a hacer algo que a él no le guste? Él es mi Hermer, Torvald. Y yo soy su ardillita, su estornino, su pajarito fiel. Él me hace feliz, me quiere con mis defectos.

Me considero incapaz de hacer algo que a él le enfade, con lo que me quiere. Fíjate que el otro día pude hasta ir a la confitería y comprar los regalos para los niños. Él trabaja duro, para mantener a esta familia, para que podamos vivir felizmente. Dispongo de todo el dinero que necesito, y me sobra para mis caprichos. No, no puedo hacerlo. Es más, se lo voy a decir ahora mismo. Entraré en su despacho y le contaré mis intenciones. Sí, me dirá lo que es mejor, siempre tiene razón, él sabe lo que nos conviene. Pero se va a enfadar, me volverá a llamar “golosilla” y me dejará sin mis almendras, como aquella vez… y a su alondra le costará gorjear.

María Aguado

Emma Bovary. Madame Bovary, Gustave Flaubert (1856)

Mientras iba paseando por el pueblo, todos la miraban y empezaban a susurrar. Ella miraba cabizbaja al suelo, y se acordaba de la noche anterior. Lo único que quiero es ser feliz, buscar mi felicidad más allá de mi realidad.
Estaba con otro hombre, era una mujer casada y estaba con otro. Disfrutaba del adulterio y del placer. Ella quería estar con él para siempre, salir con él a la calle sin esconderse. ¿Qué pensarán? Que soy una cualquiera que he jugado con el corazón de mi marido mientras paseo con otro, pensaba ella.

En el pueblo todo se comentaba, pero los actos que realizaba una mujer se miraban con una lupa. A ellas, se las tachaba de putas, de cualquieras, mirándolas como si fueran asesinas, maestras del engaño, y eso va a cambiar por completo la visión de su persona. Pero ¿de verdad tenemos el derecho de juzgar a una mujer por lo que hace con su propia vida mientras el hombre es un “puto amo “por conseguir acostarse con dos mujeres a la vez? ¿Por qué es considerado un Dios por tirarse a una mujer casada y ésta a su vez, como un premio pasajero?

Elena de Abia